La calle más grande del mundo se pasea sin memoria
con la mirada cansada, tiritona, calzada de lágrimas,
y los pies envueltos en tierra desvirgada de futuro.
No busques el principio, no encontrarás el final.
La calle más grande del mundo, cementerio de mejillas
huérfanas de caricias, orfanato de pobreza, desheredada.
La calle más grande del mundo no sabe dónde nace,
pero crece y avanza, se extiende por los pulmones de Chivay
donde las fotografías se pagan con racimos de plátanos.
La calle más grande del mundo no tiene atajos ni desvíos,
pero asiste al parto del Amazonas con Solimoes y río Negro
contemplando maravillados a su bebé de agua, de vida.
En Eritrea se desgajan las ilusiones y Mai Miné amamanta
leche de miseria para calmar el llanto de la injusticia.
La calle más grande del mundo presume de un mar sin orillas
al que van a parar ríos de desgracia con sabor a rancio.
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No tengas miedo a perderte. Calle Tagore hermana de Gwalior,
y no discuten en harapos Egipto con Perú. Hablan el mismo idioma
en avenida Kenia, esquina con Tailandia, donde la carne
se vende fresca para consumo inmediato en silencios de placer.
Por la calle más grande del mundo tropiezan alegrías de barro,
y Armando se desnuda la muñeca de pulseras que regala,
Andrés camina cabizbajo soportando las cadenas de su padre,
Víctor se te abraza queriendo ser otra vez, por primera vez, hijo,
Pablo cierra los ojos y le sigues adivinando el castigo en las pupilas,
Paco, 8 años, la ternura escondida en un dedo que no para de chuparse.
Ahí abajo, en la calle más grande del mundo, respira la angustia
bajo la atenta mirada de la luna, a la altura de la Muralla china.
Ahí abajo, la sangre salpica a cada arañazo de la vida
y entre flores de quimera asoma una con aroma de imposible…
la soledad.
(…yo te digo Raúl, no tienes, ya eres)
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